EL SEÑOR DEL ACORDEÓN (ERNESTO MONTIEL)
publicado a las: 1:25 p.m.
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EL SEÑOR DEL ACORDEÓN
La sobriedad, prudencia o economía en el uso del lenguaje, la parquedad en fin, es un rasgo bastante común de la personalidad de los músicos de esta región, que era más acentuada en la primera época de la difusión masiva de los ritmos del Nordeste, alrededor de medio siglo atrás.
Es lo que, acertadamente, explica el poeta Julián Zini: “Las cosas que nos dirías / si hablaras, chamamesero / Aunque tu música dice / lo que esconde tu silencio. / Vos mismo dijiste un día / por boca de don Ernesto: / Tal vez mi música diga / eso que decirles quiero”.
Aquí, Zini se refiere a Ernesto Montiel, quien llegó a transformar el acordeón de su principal y casi único vehículo de expresión. Algo reacio al empleo de las palabras, Montiel prefería manifestarse a través de la música, con la cual, sin embargo, establecía – y establece todavía – una inconmovible comunicación con su público.
Fue un producto de su propio esfuerzo, de su empeño en sobresalir, empujado por esa necesidad de imponer su criterio – otro rasgo de su personalidad -, con el fundamento de su destreza técnica y su sensibilidad que partía del conocimiento profundo del alma correntino común. Porque, él mismo, era un correntino común.
Había nacido el 26 de febrero de 1916, en el paraje El Palmar, en las cercanías de Paso de los Libres, donde también transcurrieron los primeros años de su vida y su juventud. Ya entonces, pulsaba el acordeón y su público lo conformaban los habitantes de las áreas rurales, contertulios de reuniones musiqueras, serenatas o las clásicas bailantes, las diurnas, debajo de enramadas o las nocturnas, a la lumbre de candiles, y donde el paisano sólo refleja sus emociones en los hamacados pasos de un chamamé retozón o en un ronco sapucay.
Tal vez sea verdad que Montiel se vio poco menos que obligado a viajar precipitadamente a la Capital Federal, de resultas de una pendencia. O quizás emigrara en busca de una mejor oportunidad laboral, considerando que en ese momento, 1937, se hallaba en pleno desarrollo el “aluvión” de argentinos del interior que se desplazaban hacia Buenos Aires, atraídos por el proceso de industrialización que se registraba en la metrópoli.
Por cierto, Montiel llegó a la gran ciudad en circunstancias también en que – a favor del aludido movimiento migratorio – los ritmos de todas las regiones del país comenzaban a ser difundidos en Buenos Aires y, desde allí, a todo el territorio nacional, con la ayuda del disco y del entonces novedoso fenómeno de la radiodifusión.
Ese era el ambiente que recibió Montiel. Desempeñó las más modestas labores, desde estibador portuario hasta operario de frigorífico, en tanto trababa contacto con otros intérpretes nordestinos.
Cultivó una amistad particular con Emilio chamorro, guitarrista y cantor, recopilador de temas de creación anónima; el bandoneonista Isaco Abitbol, y el poeta popular Luis Acosta. Con ellos, más la vocalista Irma Maciel y el cantor y guitarrista Basilio Mago, vendría a Posadas por primera vez en diciembre de 1941.
Después, con Isaco y Mago se desvincularon de Chamorro y hasta que volvieron a encontrarse, Montiel compartió con Ambrosio Miño la dirección del Trío Iberá. De esa época, precisamente, data “Feliciano orilla”, quejumbroso chamamé que compusiera con Miño.
En 1943, por fin, se decidieron con Isaco a trabajar juntos. Y nació el Cuarteto Santa Ana, escuela de música y de músicos, ya que en este célebre grupo chamaesero militarían muchos intérpretes que, luego, adquirirían nombre propio.
Apoyado en su simpatía natural – una ancha sonrisa solía iluminarle el rostro-, Montiel siguió al frente de aquel cuartero, con el cual abrió para el chamamé no pocos escenarios antes vedados. Fue el primero, por lo demás, en esmerarse en aprovechar al máximo las posibilidades técnicas brindadas por el instrumento, sin que por ello sus interpretaciones perdieran la riqueza telúrica, la esencia folklórica.
Así fue, hasta el fin, que le llegó a las 21:30 del 6 de diciembre de 1975. Aunque ese fin fue meramente físico, ya que su obra sobrevive, y hoy está presente en cada chamamé, rasguido doble o valseado que se enriquecen con las versiones de “El señor del acordeón”.
6 de diciembre de 1989 – Diario El Territorio
Etiquetas: MÚSICA REGIONAL
