ISACO ABITBOL: UN PUENTE ARMONIOSO CON SU PÚBLICO
publicado a las: 3:23 p.m.
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ISACO ABITBOL: UN PUENTE ARMONIOSO CON SU PÚBLICO
Quienes escuchan normalmente a Isaco Abitbol, en la mayoría de los casos quizás ignoren que es un excelente ejecutante del tango. Es que la sola mención de su nombre, identifica a su persona con una imagen de la música regional y desplaza todo lo demás, porque es en este género donde brilla, en la cúspide.
En sus comienzos, hacia 1930, en su pueblo natal de Alvear, su hermano, Salomo Abitbol, dirigía una agrupación con un repertorio mixto, contando entre otros, con la participación de Heraclio Hidalgo (padre de Ginamaría Hidalgo). En ese medio se formó Isaco, quien se sumó a la orquesta típica que dirigían los hermanos Gómez, con sus conocimientos adquiridos durante los dos años que estuvo con la profesora Sebastiana Disanti.
Entonces, si bien dichas orquestas animaban las reuniones urbanas, en las zonas rurales un ritmo auténtico popular encendía el entusiasmo del paisano: el chamamé. Aunque identificado, todavía, con otra denominación, su estructura era ya la que se proyectó, más tarde, hasta desbordarse sobre todo el Nordeste, enriquecido con el aporte de los creadores.
EN BUENOS AIRES
Pero, Abitbol - que aún no era Isaco, sino Isac, su verdadero nombre –siguió prendido al tango, y a su bandoneón.
A principios de la década del 30, con algo más de quince años, viajó a Buenos Aires. Conocedores de sus condiciones y deseos de perfeccionamiento, sus hermanos “Chelo” y “Toto”, y Barón Goyeneche lo conectaron con Ernesto de la Cruz. Este bandoneonista, creador del tango “El Ciruja”, cumplía presentaciones en un cabaret.
“Nosotros – recordó Abitbol – lo “campaneábamos” a la salida, hasta que un día me escuchó y me dijo que, por lo menos, yo tenía un principio, pero que, lamentablemente no tenía tiempo para enseñarme, ya que trabajaba mucho”.
Después, ingresó en la cartera de un cafetín. Su nombre: “El Zeppelin”, donde una de las atracciones constituía la actuación de una orquesta de señoritas. Allí, por mediación del bandoneonista Félix Lemos, “me hacían tocar polkas y todo lo que podía, con el pago de un peso por noche”. También, en ese cafetín, “una noche conocí a Barbieri y Riverol, guitarristas de Carlos Gardel, a quienes les hice escuchar el tango “Guardia Vieja”.
LA MÚSICA REGIONAL
Poco a poco, a raíz de su origen provinciano, correntino para más, Abitbol fue tomando contacto con músicos de esta zona que hacían esfuerzos para abrirse paso e imponer la música de la región.
Tras sus incursiones en “El Zeppelin”, comenzó a actuar en “La Rueda”, una cantina del barrio de “La Boca”, cuyo escenario solían ocupar Samuel Aguayo, Damasio Esquivel, Policarpo “Poli” Benítez (después, guitarrista y gran amigo de Abitbol), el legendario duo paraguayo Melga-Chase, Adolfo Barboza (pionero y creador de música regional, autor de “La Torcaza”, entre otros temas, y padre de Raúl Barboza) y distintos otros intérpretes.
Abitbol integró entonces, el conjunto que dirigía Emilio Chamorro, guitarrista, y donde también estaba “Romerito”, un violinista correntino.
En su repertorio, la especie predominante era ya la polka correntina, mientras, en otros lugares, Mauricio Valenzuela se constituía en otra “punta de lanza” de este movimiento.
Por esos años, conoció a Luis Acosta, uno de los primeros grandes letristas que tuvo la música regional. Con este hombre, criado en el posadeño barrio Rocamora, cultivó una profunda amistad - cuando Abitbol venía a Posadas se hospedaba en la casa de la madre del letrista, La Cruz Acosta, en la actual avenida Blas Parera – y esa relación sólo se interrumpió con la temprana muerte de Luis Acosta, en marzo de 1951.
En la misma época, aparecieron en los escenarios porteños intérpretes como Aurelio Borda, acordeonista de Bella Vista (autor de “La Desgraciada”, título al que se pretendió suavizar quitándole fuerza con “La Desdichada”); Pedro Mendoza, bandoneonista de la misma localidad correntina que el anterior y prolífico creador; Marcos Herminio Ramírez (“Marcos H.”), acordeonista de Empedrado y responsable, entre muchas otras, de la música de “El Cachapecero”; Ambrosio Miño, otro acordeonista pero del entrerriano pueblo de San José de Feliciano (realizador, junto con Ernesto Montiel, de ese clásico del género “Feliciano Orilla”) y varios otros que habían comenzado a hacer conocer las especies rítmicas del Litoral.
CON MONTIEL
Y llegó el momento en que conoció a Ernesto Montiel. Fue cuando Abitbol, como integrante del conjunto de Emilio chamorro, se presentaba en el balneario “Brisas del Plata”, un sitio muy concurrido en la década del 30 y cuyo escenario también solían ocupar Ciriaco Ortíz, entre muchos otros que ya eran o que fueron famosos.
El popular balneario era el sitio de actuación de otros pioneros del género nordestino: Santiago Barrientos, acordeonista; Ramón Estigarribia, igualmente acordeonista y creador del estilo “campiriño” seguido por Tarragó Ros; Basilio Magocevich, guitarrista y cantor, uruguayo, conocido con el seudónimo de Basilio Mago, mientras, asimismo, emergía otro cultor de renombre: Pedro Sánchez, oriundo de Puán, provincia de Buenos Aires.
De igual manera, fue con la embajada de Emilio Chamorro que vino por primera vez a Posadas, y, en una calurosa noche de 1940, el viejo cine Sarmiento se pobló de música regional interpretada por el conjunto “Los Hijos de Corrientes”. Además de Chamorro, la agrupación era conformada por Isaco (ya conocido con ese nombre), Ernesto Montiel, en acordeón; Samuel Claus y Luis Ferreyra, en guitarras; Pablo Domínguez, en canto y guitarra, y Luis Acosta con la original denominación de poeta-recitador.
No es posible pasar por alto el trío Valenzuela-Guardia, muy conocido en esa época y que llegó a contar entre sus integrantes, aparte del correntino Mauricio Valenzuela y el porteño Ángel Guardia, a Raúl “Rulito” González, un acordeonista de Esquina, Corrientes, y a Constante Aguer, porteño del barrio de Mataderos (letrista de “Kilómetro 11”), el cantor del conjunto.
EL CUARTETO SANTA ANA
A principios de la década del 40 se inicia un nuevo período en la evolución de la música regional, con la aparición de los grandes conjuntos y la renovación de la técnica. Las improvisaciones y memorizaciones ceden lugar a la instrumentación y a los arreglos, y las nociones de armonía y contrapunto empiezan a surgir asiduamente en la composición.
Se definen, asimismo, los principales estilos: Mario del Tránsito Cocomarola, Ramón Estigarribia, Isaco Abitbol y Ernesto Montiel.
En primer término, Montiel tentó fortuna con Ambrosio Miño y ambos encabezaron el trío Iberá.
Tras desvincularse, comenzó a tocar junto con Isaco, cumpliendo actuaciones en la desaparecida Radio Prieto. Pero, la agrupación carecía de nombre y sus integrantes eran Luis Ferreyra, Pablo Domínguez, Abitbol y Montiel, además de Luis Acosta.
Un día, se reunieron los directores del conjunto (Isaco y Montiel) con Pedro Mendoza, a fin de elegir el nombre. Luego de mencionar varios, Abitbol sugirió el de “Santa Ana”, recordando a una estancia de las cercanías de Alvear y que le dio el título, por lo demás, a un chamamé que había grabado anteriormente con Emilio Chamorro.
Al fin, se optó por esa denominación y el conjunto pasó a denominarse, de ahí en más, Cuarteto Santa Ana. Ignoraban, acaso, que con el correr del tiempo se transformaría en una escuela de música y de músicos.
ISACO EN MISIONES
Casi una década Isaco partió la dirección del cuarteto con Ernesto Montiel, hasta que se desvinculó definitivamente, tras llevar al disco “Tito Bonpland”, “Barrio Las Ranas” y “El Campirino”, entre otras composiciones y ya con la voz de uno de los más relevantes cantores del género: Pedro Rodríguez de Ciervi, o Pedro de Ciervi o, simplemente, El Campiriño Pedro.
Lo que vino después, es historia conocida. Conformó su propio conjunto en el cual alternaron distintos cantores y guitarristas, hasta que, hace algunos años, se sumaron Antolín Gómez y Antonio Florentín, dos posadeños.
Acaso, estos últimos sean los que han permanecido durante el período más largo, entre todos los otros que acompañaron a este hombre que se aproxima a los cincuenta años como creador e intérprete.
Los citados cantores, además, se incluyen en el período durante el cual Isaco decidió fijar su domicilio casi estable en Posadas.
Y allí está, totalmente consustanciado con la música de esta parte del país y de un modo tal que, asimismo, compone shotis. Entonces, este creador que ha arrancado “Sapukays” a los normalmente silenciosos paisanos de Corrientes, a los rudos trabajadores de los algodonales del Chaco, al hombre de Entre Ríos o de Santa Fe tanto como al sufrido habitante de las áreas rurales formoseñas, también entusiasma a ese público de Misiones de rubia cabeza, ojos celestes y castellano o guaraní chapurreado que denuncian su ascendencia aparentemente extraña a estas tierras.
Su ascendencia, por lo demás, no puede impedir que gusten de la música regional, tan agreste como los ritmos de exótico nombre que bailaban o cantaban sus mayores.
Más aún si esa música es tocada por Isaco, capaz de establecer un firme lazo con su público. Un lazo hecho de notas y semitonos, matices y cadencias, en un armonioso, rico, vistoso, sensible encadenamiento.
16 de Setiembre de 1977 – Diario El Territorio
Etiquetas: MÚSICA REGIONAL
