LOS QUE CONSTRUYERON LA ARGENTINA
publicado a las: 2:50 p.m.
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LOS QUE CONSTRUYERON LA ARGENTINA
“EL HOMBRE, COMO EL ÁRBOL, PERTENECE A LA TIERRA QUE LE NUTRE Y LE DA VIDA”. Lord Byron
Aquella tonadilla – muy difundida tiempo atrás – que decía más o menos: “:::pueblo, pueblo, pueblo / refugio de inmigrantes / que fueron los causantes / de una raza mejor …”, y ciertos otros intentos inclinados igualmente a exaltar – con similar o inocultable objetivo demagógico - la participación del inmigrante en la construcción del país, mientras se desmerece el papel del criollo, nos han movido a efectuar estas consideraciones.
En las últimas – especialmente las dos últimas – décadas del siglo pasado y principios del presente, la estructura poblacional de la Argentina se vio sacudida por el ingreso masivo de un verdadero aluvión inmigratorio, hecho que, por ejemplo, provocó el incremento en más del doble de la cantidad de habitantes entre los años 1869 y 1895 (tomando las cifras de los censos practicados en esos años). Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, se registró un nuevo flujo que, sin embargo, no tuvo las repercusiones del que comenzó alrededor de cien años atrás.
Aquella primera oleada trajo aparejadas sustanciales modificaciones en los hábitos, costumbres, formas de lenguaje cotidiano, en fin, en las expresiones culturales y en las relaciones sociales en general.
Eran los tiempos de la organización nacional. Atrás quedaron los decenios de contiendas civiles que dividieron – virtualmente – como un tajo a los argentinos y que se extendieron casi sin solución de continuidad hasta 1880.
A la par del dictado de leyes demandadas por la construcción del país, la estructura económica por la que se decidieron los gobernantes de la época, sumó la explotación agrícola (cereales, sobre todo) a la tradicional actividad ganadera, exigida ésta igualmente de modernización a raíz del asentamiento de la industria frigorífica.
Los servicios habilitados para la atención de dicha estructura: ferrocarriles, infraestructura portuaria marítima y fluvial, entre otros, obligó, asimismo, a la disposición de instalaciones artesanales o industriales básicas, preparadas para mantener tales servicios. (Después, durante la Primera Guerra Mundial y particularmente la Segunda, la necesidad de sustituir importaciones obstaculizadas por ambos conflictos y la visión de sectores “industrialistas”, generaron el desarrollo de la industria nacional sobre aquella base original; pero, ésta es otra historia),
La Argentina que cambiaba requería el concurso de legiones de trabajadores y técnicos, de los cuales se carecía en número suficiente y a los que no solamente se pensó en destinarles un lugar en las mencionadas actividades económicas, sino que también se les asignaría participación en el cumplimiento del propósito de habitar las regiones ganadas luego de la Conquista del desierto, las campañas del Chaco y Formosa y el comienzo del repoblamiento de Misiones.
Pero, el país estaba integrado, tenía establecidas sus fronteras y se encontraba en un adecuado nivel de organización, de acuerdo con lo que se entiende para que un Estado pueda ser considerado como tal.
En síntesis: La Argentina existía, era una nación independiente desde hacía mucho, desde hacía 70 años para ser precisos.
En ese contexto se insertó el fenómeno inmigratorio, favorecido por medidas tomadas en el marco de lo que se conoce como el “proyecto de la Generación del 80”.
SIN DISTINCIONES
Somos resueltos enemigos de las distinciones. Nos oponemos decididamente a que en una banda se ubique a los criollos y europeos (Brown, Buchardo, Brandsen y tantos otros) que batallaron por la independencia de la Patria y los que después bien o mal alineados, equivocados o no – se vieron envueltos en las guerras civiles, y en otra banda a aquellos que arribaron después, provenientes de diversos países de Europa, para sumarse a la empresa de edificar la Argentina.
Este país que habitamos en el presente, y del cual nos sentimos orgullosos – más allá de las circunstanciales frustraciones – es obra de todos. De los que se jugaron el cuero en las guerras de la emancipación, en las intestinas o en la Conquista del Desierto, mientras laboraban en las actividades económicas de entonces, y de quienes llegaron a esta tierra para contribuir en la tarea de hacerla progresar, a la vez que en procura de horizontes más propicios, que acaso se les negaban en su lugar de origen.
Es también – que duda cabe – el producto del esfuerzo de los hijos de aquellos. Y de los hijos de sus hijos.
Nadie fue más, en la construcción de nuestro país. Pero tampoco nadie fue ni es menos.
Por ello, toda distinción entre criollos y europeos o sus descendientes, nos parece en extremo odiosa.
Más aún en el caso particular de la colonización de Misiones, donde si el europeo aportó su tesón, su sacrificio, su empeño casi legendario, el criollo contribuyó en idéntica medida con su experiencia en el conocimiento del medio hostil en el que ambos se asentaron.
Antes, el criollo había defendido tenazmente estas fronteras de las apetencias extrañas.
Después, vendría el tiempo de la fusión, lo que motivó que a esta provincia y el país todo, se les destinara el ajustado calificativo de crisol de razas.
Por lo tanto, por las venas del argentino del presente corre sangre – por citar las mas conocidas nacionalidades – italiana, española, polaca, alemana, ucraniana, nórdica, galesa e irlandesa, pero también criolla, a veces mezcla de conquistadores e indígenas.
Ese argentino no es ni peor ni mejor que su compatriota de 1810, 1850, 1880, 1910 ó 1930. Es el mismo. Está ligado a su antepasado por profundos lazos históricos y sociales, enmarcados en un contorno geográfico definido.
Es argentino, sin distinciones.
CARLOS CORREA
Agosto de 1982 – Diario El Territorio
Etiquetas: POLÍTICA
