RAMON AYALA EN BUSCA DE LA PERSONALIDAD RÍTMICA DE SU TIERRA
publicado a las: 1:20 p.m.
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Ramón Ayala
EN BUSCA DE LA PERSONALIDAD RÍTMICA DE SU TIERRA
Ramón Ayala puso de relieve que “en el momento de hacer “El mensú” me sentía un ser del monte; sentía por mi piel y en mi sangre todas las voces, los peligros, las postergaciones, las realizaciones y todo lo que se resume en ese hombre, cósmico, inmenso, perdido en la vorágine o en los caminos de la tierra, ignorándose a sí mismo y sin que tampoco nadie lo comprenda. Yo sentía que era necesario cantarlo, descubrirlo, mostrarlo como es. Por eso, dice la canción: “…que forjarán los hombres de corazón”, porque decir corazón es decir luz, y decir luz es decir pensamiento, y decir pensamiento es decir comprensión”.
Autor de numerosas obras musicales y poéticas, Ayala trata de reflejarse en esas obras, porque entiende que, así, “reflejo a la gente”, ya que practica el principio que afirma que “el artista que se canta a sí mismo, canta a la humanidad”, porque, “con más o menos luz, con todas las mareas que pueda tener el alma humana, somos parecidos, tenemos mucho en común”.
En la primera nota – publicada en la edición anterior de Revista Dominical – fueron reseñados los primeros años de la trayectoria artística de este creador misionero, nacido en el posadeño barrio de Villa Urquiza, hasta llegar al momento en que compuso “El mensú”.
Prototipo del hombre regional
De esta manera, Ramón explicó ese momento de su vida, allá por 1958: “Hacía varios meses que me venía trabajando la idea de cantar al prototipo del hombre regional. Había pensado en el hachero, tan es así que hay una canción que se llama “El hachero”, que fue posterior a “El mensú”.
“Una noche, en Buenos Aires, veníamos en colectivo con Vicente (se refiere a Vicente Cidade, hermano suyo y coautor de la citada composición) de una “reunión guaraní”, porque siempre andábamos con la colonia de “ñande Gente”, que se hizo en la casa de un señor Araujo, un dentista que vivía en Dock Sud.
“Mi hermano venía con su violín, y yo sentado a su lado. Le dije: “Mirá, Vicente, hay que hacer una canción para Misiones, que hable del hombre regional; que tenga la selva, la tierra colorada, el sapukay; que sea vibrante, que tenga la esencia de Misiones de alguna manera”.
Vicente quedó callado; y seguimos viajando. “¿ Que te parece este tema?., me dijo, luego y lo silbó. “Vamos a escribirlo”, le dije. Allí, en el colectivo, escribimos las líneas fundamentales y después, en casa, lo desarrollamos.
“Le ayudé en el desarrollo de la música, porque tal vez en ese tiempo haya tenido yo más experiencia que Vicente, como soy mayor que él y, también, yo tenía mayor práctica de creación. Así nació la melodía.
“Vicente me dio el tema inicial, lo desarrollé musicalmente y le puse la segunda parte, que es el pasaje de menor a mayor, y después le hice la letra. Todo esto porque, además, yo venía predispuesto sicológicamente para ello. Porque esta canción pudo haber sido una canción de amor, pero en ese tiempo, todo esto venía ya germinando en mí, y por eso es que, después, nacieron “El jangadero” y “El cachapecero”.
El tema del amor
Cuando dice “canción de amor”, obviamente, alude a aquella composición menor, sin substancia, sin contenido, que no perdura y que no tiene otra pretensión que la de entretener. Porque Ramón, a más de expresar su amor por la humanidad y por su tierra, también ha cantado – y canta – al amor de la pareja, claro que con obras de elevado nivel, como todas las de su autoría.
“Mi pequeño amor” es un ejemplo de ello. A propósito de esta guarania, vale apuntar que ella nació cuando Ayala se encontraba internado en un hospital, convaleciente de una intervención de gastroenteroanastomosis (así se llama). “Me tuvieron cuatro horas, que si no los llaman a comer, los médicos todavía me están operando”, recuerda ahora con una sonrisa.
No obstante, aquella “trilogía”: “El mensú”, “El jangadero” y “El cachapecero”, marcó el rumbo de toda su producción posterior.
Luego, vinieron “Sol de la libertad”, (tema compuesto a pedido, para un volumen dedicado al Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, y al que lo terminó de elaborar mientras viajaba en un taxi, hacia el estudio de grabación). “El cosechero”, un rasguido doble, y distintas otras obras musicales, amén de las poéticas, como “El hombre” o “los gurises”, por citar nada más que unas pocas muestras de su abultada producción.
El gualambao
En los últimos tiempos, viene insistiendo con un ritmo de su creación: el gualambao, que, en verdad, ya lo había dado a conocer hacia principios de la década del 60. Entonces, incluso, lanzó un par de temas con esa estructura, “Canto al río Uruguay” uno de ellos. Después, casi no habló más de ello.
¿Qué busca Ramón Ayala con el gualambao?. Esta es su respuesta:
“Pienso que tiene la sensualidad del paisaje, y que tiene algunas connotaciones indígenas, porque los sonidos son onomatopéyicos. Aparte, tiene la propiedad de poder acceder a ámbitos del baile, la canción y el ballet, para los cuales los otros ritmos están limitados. Así lo he comprobado; además, lo siento así.
“También, pienso que es un ritmo que puede emanar de nuestra tierra y extenderse a todo el país, en la medida en que se lo propulse bien, con todo.
“Lo fundamental que persigo con el gualambao es darle una personalidad rítmica a Misiones, más que musical, porque es el cauce por el que pretendo que vaya toda la música y la poesía. Es decir que este ritmo, el día de mañana, después de todo el tiempo que necesite para su añejamiento, para su consolidación folklórico, o no, sea el cauce por dónde viaje todo nuestro paisaje.
“Este ritmo es difícil; pero, entiendo que todas estas cosas deben ser así: cuando más difícil mejor, porque, de esa manera, cuando se lo aprende nunca más se lo olvida.
“Busco que el gualambao responda a toda la resonancia de nuestro paisaje: que pueda tener el “hamaqueo” y el sabor de la costa del Uruguay, del límite con Corrientes y de la costa del Paraná, frente al Paraguay. Y algún día habrá un música del Alto Paraná que hará un gualambao, que va a tener el sabor del Alto Paraná, con su vivencia; y un día va a haber un hombre de la costa del Uruguay que va a hacer un gualambao con un pequeño sabor “abrasilerado”, pero que será misionero; y un día habrá un gualambao con un sapukay del chamamé adentro, pero que será una expresión misionera”.
Cuando se le pregunta si comparte el criterio de quienes señalan que debe tenerse sumo cuidado con las especies rítmicas que se tratan de imponer al pueblo, responde:
“Lo comparto, soy consciente de ello, por eso a este ritmo lo he guardado cerca de 20 años, en que no le di mayor empuje. Quería ver si tenía substancia y cierta verdad, como para poder llegar a la gente. Pienso que sí, y que es una hermosa aventura. Y para conocer el resultado de una aventura, hay que emprenderla. No le temo al fracaso, porque voy con pie firme, aunque puedo fracasar como todo ser humano”.
“Con esto – se entusiasma – hemos tirado la primera piedra del alud, el que se va a desencadenar, y de la forma más tremenda que se puedan imaginar, incluso hasta perniciosa. Es que si este ritmo toma estado público, van a aparecer los aventureros de siempre, de oficinas, de ciudades. Supongamos entonces que “Lapacho” (un gualambao suyo de reciente creación, junto a “Antiguo Barracón”) sea un éxito nacional u otro gualambao con más felicidad que éste; de pronto, van a aparecer aquellos que harán “El quebracho” o “El güembé” o “El durmiente”, que con el mal empleo, el arribismo y la comercialización van a empalidecer la cosa”.
“Yo – asegura – conozco todo esto, porque estoy metido en el “vientre del monstruo” y sé cómo es la cosa; hay gente que no tiene ningún respeto por nada ni por nadie, a la que únicamente le su bolsillo y el coche más inmediato que se puedan comprar. Y yo que soy el creador – humoriza – no tengo ni una carretilla, apenas una auto-crítica.
Como entrando en un templo
Ramón Ayala, también pintor y dibujante, destinó asimismo algunas reflexiones para aquellos que se inician en la actividad creativa.
“Les diría – señaló – lo que me diría a mí, y lo que nadie nunca me dijo, porque a veces uno no encuentra quien lo oriente, más bien encuentra quien lo desoriente. Les diría que pongan amor en las cosas, que comprendan de una vez que siendo todo tan transitorio, que siendo la vida del hombre apenas un destello en el tiempo, que traten de emplear ese destello en hacer las cosas con conciencia, despacio, sin prisa, trabajando siempre”.
Advirtió que “lo importante es entrar en la naturaleza, en la canción, en la guitarra como se entra en un templo, en puntas de pie, con respeto, sin hacer ruido y tratando de poner toda la fuerza que uno pueda tener en el estudio, en la creación; ir despacio, pero seguro”.
Tras observar que, “en el orden de la creación, éste es un largo camino si se emprende con profundidad” apuntó que “está el intérprete que busca su repertorio que es consciente de las obras que tienen calidad y que se mune de la cultura suficiente para apreciar esas obras; y otros que cantan cualquier cosa, los que “ejecutan” el tema. Después, está el creador, que tiene una labor muy responsable, porque de alguna manera incide, penetra en el alma del hombre; está sembrando y, a veces, siembra muy mal, más mal que lo que hacen los medios de difusión que, por lo general, transmiten cosas que no son buenas para nuestra nacionalidad, ni para nuestra canción, ni para nuestra estructura interior. Entonces, si nosotros que emergemos de la tierra, todavía vamos a colaborar con esa gente, bueno, eso ya es triste.
“Tenemos que ser los defensores de lo nuestro hasta que pase la borrasca, la tormenta – concluyó- preservar la tierra para que no se contamine y que vuelva a crecer otra semilla nueva”.
CARLOS CORREA
Diario El territorio - 10 de mayo de 1981
Etiquetas: MÜSICA REGIONAL
